Once meses después de la noche de Tlatelolco, el primero de septiembre de 1969, el presidente Gustavo Díaz Ordaz dijo lo siguiente en su quinto informe de gobierno:
“Aprovechando innoblemente, con fines de propaganda, la proximidad de los Juegos Olímpicos que situaban a nuestro país en el primer plano del escenario mundial, se promovieron los trastornos del segundo semestre del año pasado”.
“Sin bandera programática y con gran pobreza ideológica, por medio del desorden, la violencia y el rencor, el uso de símbolos alarmantes y la prédica de un voluntarismo aventurero…utilizando a los medios de comunicación y recursos para envenenar corrientes de opinión… se intentó empujar a la nación a la anarquía”.
“Las disímiles fuerzas del exterior e internas, disputándose entre sí la dirección, confluyeron para agravar y extender el conflicto, y alentaron a la comisión de excesos y delitos graves, haciendo concebir la idea de que podían lograr impunidad con el solo hecho de rodearse de periodistas”.
“El Ejército Mexicano tiene la grave responsabilidad de mantener la tranquilidad y el orden internos…reitero…la gratitud nacional para el guardián de nuestras instituciones…”.
“Por mi parte, asumo íntegramente la responsabilidad: personal, ética, social, jurídica, política e histórica, por las decisiones del Gobierno en relación con los sucesos del año pasado…”.
Un año después, el primero de septiembre de 1970, al finalizar su informe dijo:
“Al pueblo de México, que es mi origen, que ha sido mi inspiración, mi guía y mi aliento, mi único señor y juez, con la conciencia tranquila, puedo decirle: misión cumplida”.
“Sereno me someto a su juicio inapelable”.
Esa era el visón de Díaz Ordaz al finalizar lo que se conoció como el modelo económico del desarrollo estabilizador…
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